miércoles, 7 de junio de 2017

de paso...

Cuando un festival lleva tanto años en escena, tiendo a buscar lo diferente, lo novedoso y eso me ocurre con el Festival de Teatro de Calle que se celebra donde vivo. Complicado. La oferta es abundante pero el don de la ubicuidad no está entre mis cualidades. A la ubicuidad le sale un duro competidor, que es el público. Las calles están abarrotadas de gentes con ganas de reír, divertirse y participar. Tomar posiciones requiere tiempo, paciencia y suerte.

Los años te enseñan a ser selectiva en las funciones, elegir espacios menos concurridos e incluso cerrados con entrada de por medio.

Mientras esperaba a una amiga me puse a ver un payaso donde con sus juegos malabares y de magia sacaba sonrisas al público. Con su expresiva mímica buscaba voluntarios entre el público. Decenas de pueriles manos aparecieron en escena. "Yo", "Yo", "Yo", se oía. El payaso abrumado (y no era teatro) empezó a escoger el grupo de voluntarios. Uno por aquí, otro por allí, el de allá. El cierre del espectáculo se veía venir con un payaso "comido" por los voluntarios.

Me provocó cierta tristeza. Antes nos maravillábamos de los juegos del payaso, titiritero o clón, ahora buscamos formar parte de esa fascinación. No es algo general pero me llamó la atención.

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